jueves, 9 de diciembre de 2021

Retazo de un despertar


 Retazo de un despertar...

Fue algo insólito, descubrí la manera errónea en la que había percibido los acontecimientos de mi vida a lo largo de los años, situaciones despreciables que siempre intenté justificar y que, ahora, las reconocía inaceptables.

 Fue como despertar de repente de un mal sueño evitable que duró tanto como el éxodo de los Israelitas en el desierto, casi una vida entera tras aquel polvo denso que oscurecía cualquier rayo de luz que intentara filtrarse a través de la razón.

Apareció después de mil cuartillas escritas por la ansiedad constante que permanecía anclada en lo más hondo de mi ser, repitiéndose una y otra vez en la misma rutina vacía y decepcionante que había sido siempre mi vida.

Pero como cualquier mentira, tampoco ésta podía seguir gobernando eternamente mi interior, pues, al final, la verdad termina surgiendo a borbotones y no hay quien pueda pararla, surge y prevalece.

 Es inútil tapar lo que sientes, no se puede seguir ignorando lo que tu pecho grita en silencio, no puedes parchear lo que siente tu corazón, ni el deseo irrefrenable que aparece en tu mente una y otra vez. No hay descanso para los sentimientos cuando éstos claman desde lo más hondo como un crujir de huesos rotos, como si ese clamor empujara hasta obligarte a gritarlo.

La escritura también engaña cuando no la dejas fluir, cuando la adornas con visiones nubladas por el polvo del camino. Has de sentarte, dejar de correr hacia el abismo, has de mirar lo que tienes delante para discernir tus pasos, es inútil mirar una meta cuando es imaginaria y no ves hacia donde te lleva.

No escribiré lo que siento desde el alma si no creo que puedo hacerlo. Leeré veinte mil libros y en todos veré lo que soy incapaz de conseguir. No creí en mí ni en mi capacidad creadora. Capacidad castrada a lo largo de un camino sembrado de piedrecitas desiguales, puntiagudas y afiladas que traspasan como agujas a cada paso. 

Dolores insoportables, úlceras abiertas que sólo curan si elevas los pies y vuelas y olvidas.

He logrado elevarme, y hasta volar, pero las llagas siguen abiertas, no olvido y no logro remontar, ni escribir como quisiera, ni aislarme de una cruel mentira repetida y clavada en lo más profundo del alma: ¡no vales nada!

No se puede ocultar el desamor bajo la tela de la indiferencia, no es posible mantenerlo escondido, porque aunque la tela resista, te acabas muriendo en ella si antes no le gritas al viento que te ahogas, que te mueres si no amas, que la vida debe saberlo por ti antes de perecer en la absurdez de lo oculto.

No puedes traducir hechos despreciables en excusas que los justifiquen, tú no los provocaste. No lo hiciste. Los mantenías en silencio como si esa fuese tu responsabilidad, los disfrazabas de un amor no correspondido sólo para conformar su vida. Pero no eras tú la que no valías nada. No era así. Sólo te veías reflejada y lo suyo no era amor, aquello era sólo odio y maldad, y no se puede amar el odio, no se puede amar la maldad por mucho que lo intentes, pues, cuanto más te esfuerzas en hacerlo, más despreciable te sientes y más te cuesta distinguir.

Pero la verdad surge de repente y ya no encuentras excusas para no reconocerla, se hace evidente de un manotazo, como uno de aquellos que siempre te daba sin mano, sólo para desahogar su rabia, para cubrirte de desprecio con ella, para enterrar tu autoestima con un golpe certero y fino, un golpe de esos que te llegaban al alma y te la aplastaba. 

Pero lo mismo que un golpe certero en el pecho, sobre el corazón, puede devolverte la vida cuando ya te crees muerta, también una frase dicha para matarte puede salvarte. Puede hacer visible lo invisible. Puede hacer que renazca lo importante, lo que creías perdido y que aún seguía contigo; tus principios, tu valía, el amor de tus hijos, el amor de tu familia, que sí eres importante, que lo eres a pesar de él, que eres más importante para ti que él, que así debe ser si quieres seguir viviendo, o mejor, que así debe ser si quieres llegar a vivir. 

Y puede surgir de repente, así, como un relámpago que se hace visible ante el choque frontal de una palabra mal sonante, como un estallido que hace enmudecer la mentira ante la fuerza luminosa del amor, del amor que te negabas escuchando sus reproches, de tu amor propio, de tu propio amor.


(Fragmento de Retazos, de Encarna Hernández Vizcaíno).


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