martes, 17 de febrero de 2015

A MI QUERIDO PRIMO DIÓGENES HERNÁNDEZ


                                                                               

A MI QUERIDO PRIMO DIÓGENES HERNÁNDEZ

Querido primo:
Hoy escuchaba a Erik Satïe y no dejaba de pensar en ti.
Recordé el día que oí tú piano por primera vez. ¡Eras tú quien tocaba! Lo hacías con aquel brillo maravilloso  reflejado en tus ojos de adolescente.
Tocabas a Satïe; yo ni sabía quién era, pero me enamoré de su preciosa gymnopedie. 
Y parece que fue ayer; pero han pasado cuarenta años.
Querido Primo, te has marchado tan pronto; aunque donde ahora estás ya no cuenta el tiempo, ni la distancia, ni siquiera el pensamiento.
Desde ahí ya no existen barreras para ti, porque las barreras las ponemos los de aquí. Desde ahí ya nadie te castiga, ni siquiera tú, ni nadie te culpa, ni podemos colocarte muros para que no sigas soñando.
 
Ahora podrás soñar con esas cosas que sólo tú veías, esas que sólo están a la vista de los que saben mirar, esas cosas que también existen en las maravillosas notas de Satïe, esas que tú percibías desde tu preciosa sensibilidad.
Querido primo, te echo de menos.
 Pero a ti, no lo que representabas cuando otros te miraban, eso que otros veían en ti no eras tú; quizás por eso, cuando ni tú mismo percibías ya aquello que eras, te dejaste ir...
Querido primo; lloro al recordarte.
Pero sé que aquel jovencito; el que supo guiarme hasta ese mundo maravilloso de la música, aquel principito que aprendió a volar, que logró elevarse hasta el cielo en su avioneta, aquel que no te dejaba marchar, siempre estará conmigo.
Estará en cada nota que escuche, en cada verso que lea, en cada brisa que acaricie el mar. 
Porque allí, junto a ti, también estaré yo. 
  
                                                                                                         
                                                                                                      (Encarna Hernández Vizcaíno)