miércoles, 22 de junio de 2016

IRREALIDAD

En las doradas horas del otoño; amanecí un día suspirando y por amor dormido sollozando y entre espinas de rosas despertando.

Descarada la cruz de aquel destino donde la dura muestra se ocultaba.

Nadie entendía mi desatino, pues ingenua de mí que me aferraba como el gato a su bola imaginaria, que sin verla jugaba y no soltaba.

Era consciente a mi manera, porque escrito estaba de mil formas y la intuición, que nunca me fallaba, la oscurecí para no verla, no quise ver la luz que la alumbraba.

Pero esa luz que todo aclara reivindicó su sabia omnipotencia y aunque tan cerca la tenía de mis ojos, también de vez en cuando los cerraba y no reconocía mi impotencia.

Pobre del alma que se aferra a la mirada de una ingrata mentira, a un engaño maquinado ante sus ojos, pues jamás logra entender que está vencida.


 Encarna Hernández Vizcaíno