Ni de abrazarte, ni de tocarte, ni de sentir tu aliento en mi costado, ni de evocar lo que me has dado.
No he de vivir sin rescatar ese momento.
Arrepentirme, nunca.
Nunca me arrepiento de aquella penumbra susurrada, ni de observarte callada mientras te vencía el sueño.
Sin esas noches, no sería lo que soy ni sentiría lo que siento.
Sin esas noches livianas pero
eternas, seguiría en el vacío del recuerdo.
Cuando bajabas las velas; yo acariciaba tu alma con los ojos muy abiertos, amparada en la penumbra que protegía el silencio.
Y te sentía y te amaba desde aquel pequeño cielo donde embriagué mi cordura, donde olvidé mi dolor, donde destruí el pudor hasta el más mísero extremo.
Qué podría recordar si de amarte me arrepiento.
Si no hubo amor en mi vida, sólo marcas de un mal sueño, de una soledad infinita que mataba el sentimiento.
Si jamás logré encontrar otro amor que desatara los nudos que mantenía tan atados, tan adentro.
Arrepentirme, nunca.
Ni del sabor que retengo de tus besos sin palabras, ni del temblor de tu cuerpo, ni del brillo de tus ojos, ni de aquella larga espera hasta tenerte, me arrepiento.
(Encarna Hernández Vizcaíno)
No hay comentarios:
Publicar un comentario