Nada me hace vacilar, nada me coarta, nada me ata, nadie me
impide que opte por lo que crea más importante, nadie puede más que yo.
No se me encogen los ovarios, ni me pesan los músculos, y
mi cerebro es como un colibrí que no necesita esforzarse para llegar a donde
quiere ir.
Me pregunto si será eso lo que sienten los que esnifan coca
o heroína para volar, pero en mi caso no tengo que sufrir después la crisis de
abstinencia, es algo natural, duermo, y ya.
Soy consciente de que los que me rodean me van absorbiendo
esa energía que se formó conmigo cuando aún no era nada ni nadie, cuando ni
siquiera estaba en el vientre de mi madre, y sé que me la absorberán sin
pedirme permiso, se agarrarán a ella como el que se agarra a un mástil en un
barco a la deriva.
Aun así, agradezco a la madre naturaleza, o a lo que sea que
sea, no tener que alimentarme de la energía de otros.
Agradezco sentirme como si fuese una noche de verbena en la que te sientes capaz de bailarlo todo.
Agradezco que la claridad se levante conmigo al amanecer y perdure en mí durante todo un día, me conformo con eso, para mí, la claridad, es la virtud de este día.
Agradezco sentirme como si fuese una noche de verbena en la que te sientes capaz de bailarlo todo.
Agradezco que la claridad se levante conmigo al amanecer y perdure en mí durante todo un día, me conformo con eso, para mí, la claridad, es la virtud de este día.
(Encarna Hernández Vizcaíno)
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