Estoy aquí, perdida.
No hay nada peor que estar perdida entre un montón
de gente.
Perdida, sin voluntad de destino, perdida en el camino
incierto del que no logra encontrarse.
Puertas
que chirrían en un abrir y cerrar constante, gente saliendo y
entrando y hablando sin parar al mismo tiempo, voces que resuenan en
mi cabeza con un runrún imparable e incomprensible, con un zumbido
vacío que anuncia mi soledad.
Perdida,
sola y sin camino, perdida en la inmensidad de la nada, en ese
laberinto de voces que aturden los sentidos, perdida y confundida entre una multitud diluida por un caos sonoro.
Platos,
vasos y cubiertos tíntineando al compás de la ignorancia.
Perdida
entre mesas y sillas arrastradas por aquellos que se sientan, que se
levantan sin ganas, con la prisa del ausente que acaba de despertar.
Perdida
tras cristales empañados, enmarcados en un aluminio ennegrecido, plateado y ensombrecido por el humo y la suciedad.
Perdida
entre el rechinar de la impaciencia que no te deja escucharte, que te
envuelve en una incertidumbre gris de la que no puedes salir
Perdida
sin remedio en ese estruendo interminable que te engulle a un vacío inmenso que no te deja vivir.
(Encarna Hernández Vizcaíno)
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